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viernes, 30 de diciembre de 2011

sábado, 15 de octubre de 2011

Nace Canal Leer, una iniciativa en TV por internet para fomentar la lectura El proyecto, presentado por Ángel Gabilondo, pretende ayudar sobre todo a

Nace Canal Leer, una iniciativa en TV por internet para fomentar la lectura
El proyecto, presentado por Ángel Gabilondo, pretende ayudar sobre todo a los países iberoamericanos
JOSÉ GRAU / madrid
Día 13/10/2011 - 14.47h
Nace Canal Leer, una iniciativa en TV por internet para fomentar la lectura
EFE
El ministro de Educación, Ángel Gabilondo
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http://www.abc.es/20111013/sociedad/abci-canalleer-201110131246.html

«En Iberoamérica hay unos treinta millones de analfabetos», afirmó este jueves en Madrid Álvaro Marchesi, secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), por lo tanto, la iniciativa Canal Leer, del Ministerio de Educación de España, la propia OEI, el Programa de Cooperación de Televisión Educativa y Cultural Iberoamericana (TEIb) y la Asociación de Televisiones Educativas y Culturales Iberoamericanas (ATEI), era un esfuerzo más para subir el nivel de formación en aquel continente. Había que conseguir, afirmó Marchesi, «leer en todos los ámbitos y disfrutar con todos los textos»; introducir la lectura «en todos los currículos, en todas las asignaturas»; que las nuevas generaciones «aprendan más y durante más tiempo (al menos 12 años)», para lo que también hay que recurrir a los «recursos digitales». Canal Leer es parte de la plataforma de televisión online NCIwebtv.

El acto de inauguración, en la Biblioteca Nacional de España, estuvo presidido por el ministro de Educación, Ángel Gabilondo, quien animó a los presentes, muchos de ellos alumnos del Instituto Blas Otero, a que se «atrevieran a ser libres», y que, para ello, una de las cosas que más ayudaba era «aprender a leer». No una lectura cualquiera, sino una bien hecha, comprendiendo y asimilando lo que se leía. Incluso citó a Gadamer y a San Ambrosio para recordar la importancia de la lectura en voz alta. El ministro, en medio de las protestas de los docentes en que se hallan algunas comunidades autónomas, también quiso lanzarles unas palabras de aliento, homenajearlos por la entrega abnegada en servicio de los demás.

El Canal Leer, según sus promotores, «nace con el propósito de promover el interés y la práctica de la lectura en todos sus contextos y formatos en el ámbito iberoamericano». La motivación de las instituciones participantes «reside en la necesidad de contar con un instrumento audiovisual en la era digital que acompañe las estrategias gubernamentales, institucionales y académicas, tanto educativas como culturales, para potenciar el atractivo y la importancia de la lectura».

Durante la presentación del canal, el grupo de alumnos del Blas de Otero de Madrid ejecutaron una obra medio lectora medio teatral para empezar a dar contenido al proyecto.

lunes, 29 de agosto de 2011

Historias de debajo de la luna

Historias de debajo de la luna
http:http://www.blogger.com/img/blank.gif//cvc.cervantes.es/ensenanza/luna/ning/cuento.htm
Según la leyenda china, el universo era un huevo enorme y oscuro, donde no se distinguía el cielo ni la tierra. Dentro vivía el dios Pan Gu.
Luna

Transcurridos 18 000 años de existencia del universo, un inmenso estruendo partió el huevo. La parte superior, que era más ligera, empezó a ascender y ascender, hasta que formó el cielo, mientras la parte inferior se convirtió en la tierra. En medio de la tierra y el cielo se colocó Pan Gu, que crecía cada día tres millas.

De la misma manera que crecía Pan Gu, cada día el cielo subía tres millas, y la tierra aumentaba también tres millas su tamaño. Pasados otros 18 000 años, el universo llegó a alcanzar las dimensiones que tiene hoy día. El ojo derecho de Pan Gu se convirtió en el Sol, y el izquierdo, en la Luna. Su pecho, sus brazos y sus piernas se transformaron en grandes montañas; su sangre, en ríos y lagos, y sus músculos, en tierras fértiles. Su cabello y su barba se convirtieron en las estrellas, su sudor en lluvia, y los parásitos que tenía en su cuerpo, en seres distintos. El día y la noche se sucedían porque Pan Gu parpadeaba con frecuencia. Si estaba contento, hacía sol, y si se enfadaba, aparecían relámpagos y truenos en el cielo.

Al cabo de otros muchos millones de años, durante el reinado del gran Yao, aparecieron diez soles en el cielo, que secaron los ríos y destrozaron la cosecha. Como solución, la gente pidió a un famoso arquero, conocido por todos como Yi, que disparara sus flechas contra cada uno de esos soles. Yi salió del viaje y dejó a su joven esposa Chang’e, una mujer muy bella, en casa.
Unguento

Yi consiguió derribar nueve soles; después le encargaron disparar contra monstruos que habitaban la tierra. Mientras, su mujer, Chang’e, lo esperaba y lo esperaba en casa, pero él siempre estaba de viaje. Chang’e, se sentía muy sola y un día decidió abandonar a Yi. Ella guardaba una pomada milagrosa que un dios le había regalado a su marido. Una dosis de esta pomada podía conceder la juventud eterna a un ser humano, y dos dosis podían convertir a un hombre en un ser divino.

Chang’e se tomó toda la pomada, pensando que así se haría una diosa y viviría felizmente en la corte celestial. Cuando la pomada empezó a hacer efecto, sintió cómo empezaba a volar hacia el cielo, hasta que llegó a la Luna. Allí, en la Luna, solo encontró una acacia enorme y una liebre. Enseguida se arrepintió porque la vida en la Luna era aún más aburrida, pero ya era demasiado tarde, no podía hacer nada, así que la pobre Chang’e, no pudo volver a la Tierra y se quedó sola en su palacio en la Luna, donde todo era frío y pálido.

Al cabo de unos años, el Emperador Celestial de Jade desterró a un guerrero a la Luna. Se llamaba Wu Gang. Su castigo consistía en talar el árbol de acacias. «Mientras la acacia de la Luna siga en pie, tu castigo no terminará», así le dijo el Emperador Celestial de Jade. Wu Gang empezó a cortar el árbol, pero cada vez que pegaba un hachazo, el trozo cortado crecía rápidamente y antes de que pudiera lanzar el siguiente hachazo, el tronco ya había recuperado su aspecto original. Wu Gang nunca podría talar la acacia de la Luna, por lo tanto nunca terminaría su castigo. Pero Wu Gang y Chang’e nunca tendrían una oportunidad de hacerse amigos. Wu Gang vivía bajo el árbol y ella seguía viviendo en su mansión. Chang’e, al igual que Wu Gang, estaba condenada a la soledad y su belleza y juventud eterna no podían darle ninguna felicidad.

Y por esta leyenda, en la cultura china, la luna simboliza la melancolía, la soledad y la añoranza a la familia.


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domingo, 21 de agosto de 2011

martes, 14 de junio de 2011

Recomiendan inculcar lectura a niños desde la cuna

Contar historias a los pequeños, incluso poco después de nacer, sirve para fomentar en ellos el gusto por la lectura, según el mensaje difundido con motivo del Día Internacional de la Literatura Infantil y Juvenil
El Universal
Redacción Internacional
Martes 01 de abril de 2008
12:17 Un lector no nace, se hace. Por eso, el amor a la lectura se debe inculcar desde la cuna y tratar, con perseverancia y dedicación, que se convierta en un vicio, pues de ello depende, en buena medida, tener niños con éxito en los estudios y, más tarde, adultos con herramientas para la vida.
"La búsqueda de conocimiento mediante la lectura debe ser una prioridad y es fundamental estimularla desde la infancia" , subraya el mensaje difundido este año con motivo del Día Internacional de la Literatura Infantil y Juvenil que se celebra este miércoles 2 de abril.
El artista tailandés Chakrabhand Posayakrit, autor del mensaje, titulado "Los libros iluminan, el conocimiento encanta" , es también el ilustrador del cartel con el que la International Board on Books for Young People (IBBY) , con sede en Basilea (Suiza) , celebra este año ese Día, destinado a estimular el amor por la lectura y a promover el interés por los libros para niños.
Y la fecha, el 2 de abril, no es inocente, ya que un día como ese, pero de 1805, nacía en Odense (Dinamarca) el escritor Hans Christian Andersen, autor de "El patito feo" , "La sirenita" y "El traje nuevo del emperador" , entre otros muchos cuentos.
Empezar a contar historias a los niños lo antes posible, incluso al nacer, es algo que sugiere también a los padres la American Library Association, con sede en Chicago, que celebra "El día de los niños / El día de los libros" el 30 de abril.
Recomienda además que fijen una hora del día para hacerlo, después de comer o a la hora de dormir, y que lo hagan en un asiento cómodo (un sillón) , lejos de cualquier distracción.
La voz es importante, hay que variar el tono y darle expresión, según esta asociación estadounidense de librerías que aconseja que se involucre a los niños en la lectura pidiéndoles que señalen los objetos, que hablen acerca de las ilustraciones o repitan palabras.
Otro consejo a los padres es que lean una y otra vez los libros favoritos de sus hijos cuando éstos se lo pidan.
Muy importante también, según estos expertos, es que prediquen con el ejemplo: que sus hijos les vean leyendo, sea lo que sea.
Eso es lo que la American Library Association recomienda que se haga de puertas para adentro, pero ahí no termina el plan de acción de los padres para fomentar el hábito lector en su prole.
La mejor aliada en esa misión es la biblioteca pública, un lugar que hay que visitar con frecuencia para que los niños sigan anidando el gusanillo por la lectura.
Lo recomendable para establecer un vínculo entre ese templo de los libros y los pequeños es sacarles su propio carnet de la biblioteca y puedan tomar prestados cuantos cuentos quieran.
La bibliotecas públicas cuentan además con otros alicientes, en tanto que suelen organizar sesiones de "cuentacuentos" , actividades extra-escolares y programas de lectura, también estivales.
En Colorín Colorado, una página estadounidense de internet destinada a profesores nativos y a familias hispanas, sus responsables son más precisos y clasifican por edades las "maneras divertidas y eficaces de leer con los niños" .
De cero a tres años, la lectura debe ser una rutina diaria, de por lo menos 15 minutos y antes de ir a la cama.
Es aconsejable sostener al niño, sentándole, por ejemplo, en el regazo, dejarle agarrar el libro y que ayude a pasar las páginas.
Usar el rostro, el cuerpo y la voz para hacer divertida la lectura es igualmente eficaz, así como saber cuándo detenerse si el niño pierde interés o tiene dificultad para prestar atención.
Hablar sobre las ilustraciones y recorrer con el dedo debajo de las palabras al tiempo que se lee es también didáctico.
Para leer con preescolares, el modus operandi evoluciona y se hace aún más interactivo.
Un ardid no desdeñable -y si es cierto, mejor- es mencionar al niño cuánto se disfruta leyendo juntos y rodearle de libros, para que siempre pueda tenerlos a mano, así como permitirle escogerlos.
Convertir la lectura en algo especial es fundamental, por ello obsequiarle y premiarle con libros y cuentos grabados es bueno.
Mostrar al niño las partes de un libro y cómo se leen las palabras, indicarle quién lo escribió, hacerle preguntas sobre la historia o permitirle que él también plantee sus cuestiones es otra táctica para implicarle en la lectura, así como leer lo mismo reiteradamente o invitarle a que le "lea" el cuento ya memorizado.
Para los niños que ya han descubierto la magia de que las letras forman palabras, las palabras frases y las frases historias, el método varía, pero la presencia paterna sigue siendo inestimable.
Los progenitores deben incentivar a sus hijos a leer proponiendo libros que versen sobre temáticas que resulten atractivas, pero también introduciendo diversidad, y pedirles que les lean en voz alta todos los días, o bien turnarse en la lectura de un relato.
En esta etapa es interesante que los padres ayuden a sus hijos a conectar lo que leen en los libros con lo que ocurre en la vida, donde está la verdadera historia.
cvtp


http://www.eluniversal.com.mx/notas/494613.html

martes, 3 de mayo de 2011

domingo, 13 de marzo de 2011

sábado, 12 de marzo de 2011

Canto para matar a una culebra.

http://cvc.cervantes.es/actcult/guillen/default.htm

¡Mayombe—bombe—mayombé!
¡Mayombe—bombe—mayombé!
¡Mayombe—bombe—mayombé!

La culebra tiene los ojos de vidrio;
la culebra viene y se enreda en un palo;
con sus ojos de vidrio, en un palo,
con sus ojos de vidrio.

La culebra camina sin patas;
la culebra se esconde en la yerba;
caminando se esconde en la yerba,
caminando sin patas.

¡Mayombe—bombe—mayombé!
¡Mayombe—bombe—mayombé!
¡Mayombe—bombe—mayombé!

Tú le das con el hacha y se muere:
¡dale ya!
¡No le des con el pie, que te muerde,
no le des con el pie, que se va!

Sensemayá, la culebra,
sensemayá.
Sensemayá, con sus ojos,
sensemayá.
Sensemayá, con su lengua,
sensemayá.
Sensemayá, con su boca,
sensemayá.

La culebra muerta no puede comer,
la culebra muerta no puede silbar,
no puede caminar,
no puede correr.
La culebra muerta no puede mirar,
la culebra muerta no puede beber,
no puede respirar
no puede morder.

¡Mayombe—bombe—mayombé!
Sensemayá, la culebra...
¡Mayombe—bombe—mayombé!
Sensemayá, no se mueve...
¡Mayombe—bombe—mayombé!
Sensemayá, la culebra...
¡Mayombe—bombe—mayombé!
Sensemayá, se murió.

(Tomado de West Indies, Ltd., en Obra poética 1920-1972, La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1972.)

martes, 15 de febrero de 2011




Las aventuras de Pinocho (1972).Historia de la mentira más larga del mundo Irene Vasco

Las aventuras de Pinocho



–¿Y dónde has puesto las cuatro monedas? –le preguntó el Hada.

–¡Las he perdido! –respondió Pinocho; pero dijo una mentira, pues, por el contrario, las tenía en el bolsillo.

Nada más decir la mentira, su nariz, que ya era larga, le creció de repente, dos dedos más.

–¿Y dónde las has perdido?

–En el bosque de aquí cerca.

Ante esta segunda mentira la nariz siguió creciendo.

–Si las has perdido en el bosque de aquí cerca –dijo el Hada–, las buscaremos y las encontraremos; porque cuanto se pierde en ese bosque se encuentra siempre.

–¡Ah! Ahora que me acuerdo bien –replicó el muñeco haciéndose un lío–, no he perdido las cuatro monedas, sino que me las he tragado, sin darme cuenta, al beber vuestra medicina.

Ante esta tercera mentira, la nariz se le alargó de forma tan extraordinaria, que el pobre Pinocho no podía volverse hacia ningún lado. Si se volvía hacia aquí, pegaba con la nariz en la cama o en los cristales de la ventana; si se volvía hacia allá, pegaba con ella en las paredes o en la puerta del dormitorio; si levantaba un poco la cabeza, corría peligro de meterla en un ojo del Hada.

Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi
Capítulo XVII


Muchas preguntas, muchas mentiras

Las mentiras que hacen crecer la nariz no son sólo culpa del pobre Pinocho. Su historia la verdadera historia de su autor, de su época, de su génesis, está tan plagada de mentiras, desde el principio hasta el final, que se podría decir que todo lo que tiene que ver con este legendario personaje es una gran mentira.

La primera mentira comienza con la nacionalidad de Pinocho. Nadie duda en afirmar que el muñeco es italiano. Pero, ¿italiano de dónde? Porque durante buena parte del siglo XIX, siglo en que vivió Collodi, Italia no existía como tal. Los italianos, en cambio, si existían. ¿Qué significa este juego de palabras? Simplemente que los italianos deseaban una república unificada e independiente, pero estaban divididos en ocho estados, buena parte de ellos dominados por Austria. Los habitantes se sentían italianos, aunque las rivalidades y los celos entre las regiones marcaban la vida de la época.

En medio de las luchas y las revoluciones del Risorgimento italiano, como se conoce este período, lo usual era mentir. Pululaban las sociedades secretas para conspirar de manera clandestina contra los invasores. Se utilizaban seudónimos, se cambiaban las nacionalidades de los personajes literarios, se escondían los discursos patrióticos detrás de expresiones artísticas camufladas. La censura era estricta pero no lograba eliminar los brotes revolucionarios que nacían de todos los rincones.


Ilustración de Luigi y María Augusta Cavalieri (1924).

Algunas preguntas sin respuesta

Podemos hacernos muchas preguntas alrededor de Pinocho, con la seguridad de que encontraremos muchas mentiras dentro de las respuestas. Con un ejemplo sencillo, ilustraremos esta afirmación: ¿Cómo se llamaba el autor de Las aventuras de Pinocho? “Carlo Collodi”, responderán algunos (muchos jurarán que a Pinocho se lo inventó Walt Disney).

Pues Carlo Collodi no se llamaba Carlo Collodi. Su papá era el señor Domenico Lorenzini, de profesión cocinero de un marqués y su mamá se llamaba Ángela Orzali. Collodi no era, por lo tanto el verdadero apellido del autor de Pinocho. Su nombre completo, y real era Carlo Lorenzo Fillipo Giovanni Lorenzini, mejor conocido por su nombre periodístico, Carlo Lorenzini.

Aunque esterarse de esa mentira puede provocar desconfianza, podemos darle crédito al resto de los datos de su vida: Carlo Collodi nació en Florencia, capital del Gran Ducado de Toscana, en 1926. Su madrina de bautizo fue la duquesa Mariana Ginori. Fue al colegio y al seminario, como un buen muchacho bien educado y estudió retórica y filosofía.

El muchacho tenía permiso para leer los libros prohibidos por la iglesia y censurados por el Duque. Su primer empleo fue en una librería, a los 18 años. A pesar de estar tan cerca de corte, frecuentaba el café donde los intelectuales conspiraban y a los 22 años se enroló como voluntario en las filas que se levantaron contra Austria (lo hizo de nuevo muchos años después, en otro intento de liberación de Italia). Después de esta fallida Revolución, fundó una revista nacionalista y escribió sus experiencias de guerra. A partir de entonces fue periodista político y crítico de arte. En esa época escribió un artículo contra un reaccionario, Eugenio Albéri, y por primera vez Lorenzini firmó con el seudónimo Collodi.

Al leer el capítulo XXVII de Las aventuras de Pinocho, queda flotando la siguiente pregunta: ¿Fue ese Eugenio Albéri el mismo que sus compañeros de escuela agredieron con el Tratado de Aritmética hasta dejarlo prácticamente muerto? Como no hay nadie para contestar esta pregunta, seguirá flotando eternamente.

La siguiente mentira, más difícil de contestar tal vez, es si al autor también le crecería la nariz por decir mentiras sobre su nombre.

Segunda pregunta, segunda mentira:
¿Collodi es conocido por su oficio de escritor de libros para niños?

Hasta donde hemos podido indagar, Collodi, como lo seguiremos llamando, no tuvo esposa ni hijos. Es más, parece que no le gustaba sentir niños cerca de él. Los consideraba insolentes, perturbadores. En una palabra, desagradables. Su trabajo era político e intelectual.

Pero, como cualquier buen burgués, Collodi necesitaba dinero extra para sus viajes por Europa y sus proyectos personales. En 1875 le encargaron la traducción de los cuentos de Perrault y esta fue su primera aproximación a la literatura infantil. Desde entonces escribió libros de texto escolar, usando a un personaje llamado Gianettino, para enseñar la geografía de Italia y describir, de manera didáctica y moralista, la vida de los escolares del país.

En 1880 su buen amigo Ferdinando Martini fundó Il Giornali per i Bambini, primera publicación periódica para niños en Italia, y pidió a todos sus amigos que le mandaran colaboraciones. Collodi aceptó, a cambio de una buena retribución económica, y envió “unas niñerías para que Martini haga con ellas lo que quiera”. Así nació la Storia de un Buratino, es decir la Historia de un Muñeco.


Ilustración de Attilio Cassinelli (1981).

Tercera pregunta, tercera mentira:
¿Cuál es el verdadero título de Pinocho?

Si, todos lo llamamos sencillamente Pinocho. Pero para llegar a esta abreviación, es necesario remontarse a la verdadera historia que se esconde detrás del nombre completo. Al principio Pinocho era sólo un muñeco de madera. Mientras Collodi mandaba cuartillas de manera desordenada y errática al periódico de su amigo, el título se mantenía como la Historia de un Muñeco.

Al llegar al capítulo XV, Collodi, aburrido de este trabajo tan poco afín con su oficio, decidió darlo por terminado y asesinó al muñeco. Porque no hay que llamarse a engaños: Collodi, sin ninguna piedad, ordenó que unos asesinos persiguieran y ahorcaran a Pinocho para robarle sus monedas de oro, bien ganadas como artista de un teatro de marionetas.

Tiempo después, y ante los ruegos del editor Martini y de su socio (y no como suele contarse, de manera mentirosa, “a solicitud de millones de lectores desesperados”), Collodi se inventó un Hada poderosa, que revivió a Pinocho. El hada se convirtió en una especie de madre a lo largo del resto de las aventuras. Desde el capítulo XVI, Pinocho se llamó Las aventuras de Pinocho, y con ese nombre apareció como libro poco tiempo después.

Cuarta pregunta, cuarta mentira:
¿Es Pinocho un cuento, una novela, una pieza teatral, una tira cómica o, simplemente, una aventura literaria, sin culpa?

Clasificar a Pinocho dentro un género literario es algo que ni siquiera Collodi podría lograr. Para el autor, las aventuras del muñeco comenzaron como unas chiquilladas para ganar buen dinero. A veces mandaba capítulos larguísimos, que el editor tenía que recortar y adaptar a las páginas. Otras veces no mandaba nada y el editor tenía que perseguirlo, rogarle, suplicarle, para que no fuera perezoso y escribiera otro pedazo. Así pasaron dos años hasta llegar al capítulo 36.

Esta fragmentaria manera de avanzar en las aventuras se siente a lo largo del libro. Al principio se nota que Collodi juega a la Commedia dell´Arte, inventando personajes y situaciones cómicas y extravagantes, parecidas a las de Arlequín y Polichinela. La pelea entre Maestro Cereza y Gepetto, es, definitivamente, una escena de teatro de marionetas.

Con el transcurso de la historia, algunos personajes comienzan a adquirir un carácter más elaborado. Pinocho se define como el muñeco dual, que desea crecer, madurar y convertirse en un verdadero niño, mientras que Gepetto desaparece y sólo queda su sombra, casi hasta el final del libro.

Entre tanto ir y venir de Pinocho, múltiples personajes aparecen y desaparecen de manera fugaz y, con frecuencia, gratuita. Entran y salen de escena carabineros, animales de todo tipo, como el halcón, el caniche, los médicos “más famosos del lugar”, cuatro conejos “negros como la tinta que llevan a hombros un pequeño ataúd”, un “millar de pájaros llamados carpinteros”, un papagayo sabio, un mono que es juez, dos mastines vestidos de gendarmes, la gran serpiente y hasta una luciérnaga.

Si bien estos inconexos fragmentos parecen un anticipo de la tira cómica, Collodi saca de la manga otro género literario más clásico: el teatro griego. El Grillo Parlante y el pueblo que juzga a Pinocho recuerdan a los coros ocultos detrás de máscaras, oráculos por excelencia, que dictan las reglas, anticipan los hechos, emiten juicios de valor. No en vano Collodi es producto de una cultura teatral que combina la tradición griega y la Commedia dell´Arte.

A la hora de hacer un libro, Collodi adopta la fórmula de la novela. Recompone los capítulos y logra hacer muy coherente la estructura. Un Pinocho que busca desesperadamente una identidad propia, que se tropieza con sus debilidades, que encuentra ayuda en el hada-hermana-madre, y en la bondad de su padre, que corre riesgos y vence obstáculos en el viaje ritual a la madurez, lo convierten, no sólo en un niño de carne y hueso, listo para vivir en sociedad, sino en un entrañable y perdurable clásico de la literatura universal.

Quinta pregunta:
Unos son buenos, otros son malos. ¿Quién es quién?

En Las aventuras de Pinocho hay buenos y malos, tal y como debe ser. Los inefables Zorro y Gato, que conducen a Pinocho de mal en mal, merodean a lo largo del libro. Pero ellos no son los únicos malos. Están los niños de la escuela, el dueño de la fonda, el gran Tiburón, el director de la compañía de payasos, Torcida, el Hombrecillo del País de los Juguetes...

A lo largo de toda la historia, los malos los malos reciben sus respectivos castigos, pues para Collodi sería imposible pasar por alto su entorno pedagógico y moralizante. El terrible Tiburón sufre de asma. Torcida, el amigo que lo induce a abandonar las obligaciones, muere convertido en burro. Los asesinos terminan totalmente deteriorados:

Eran el Gato y la Zorra, pero no había quien los reconociera. Figuraos que el Gato, a fuerza de fingirse ciego, se había quedado ciego de verdad; y que la Zorra, envejecida, tiñosa y sin pelo por un lado, no tenía ya ni siquiera rabo. Así son las cosas. Aquella ladronzuela, caída en la más escuálida miseria, se vio un buen día obligada a vender hasta su rabo tan bonito a un mercachifle ambulante, que se lo compró para hacer un espantamoscas.

Los buenos son a menudo maltratados por Pinocho, como el Grillo Parlante, que renace de entre las tinieblas, convertido en sombra. El Hada del cabello color de añil, que primero es una niña, muere con cierta frecuencia, para salir de su tumba cada vez más grande, más mujer. Deja de ser la hermanita para transformarse en la madre, que siempre perdonará y ayudará, aunque Pinocho no lo merezca.

Algunos de los encuentros de Pinocho tienen un carácter dual: son buenos y malos al tiempo, como los seres humanos. Por esta razón pueden ayudar al personaje a avanzar en su larga búsqueda: el titiritero Comefuego, que pasa de la maldad absoluta a la mayor de las generosidades, o el campesino que convierte a Pinocho en perro guardián y que le devuelve la libertad ante el buen comportamiento, o el hortelano que permite que Pinocho trabaje en su noria y que lo redime de sus culpas, son ejemplos contundentes de las paradojas de la naturaleza humana.

Entre tantos buenos y malos, entre las conciencias que lo persiguen y los oráculos que lo encadenan a su destino, es Pinocho quien permite que los demás tengan poder sobre él. El carácter ingenuo, inocente y sin educación de Pinocho, es su peor enemigo. Las tentaciones lo persiguen, aún cuando nadie lo induzca al pecado. Por fortuna lo acompañan también los buenos, que, a veces a la sombra, a veces directamente, lo sacan de los problemas, lo orientan y le dan nuevas oportunidades. De esta manera Pinocho logra enfrentarse con él mismo y con el mundo que lo rodea, para crecer un poco. Faltaría saber con qué herramientas cuenta Pinocho para seguir creciendo, pues Collodi nos lo deja como un niño, de carne y hueso, pero niño al fin y al cabo.

La mentira mayor: Walt Disney

Todos los niños saben que Pinocho es un muñeco que baila, canta, desobedece y es engañado por unos malvados muy elegantes, pero que al final un hada lo convierte en niño de carne y hueso. Saben también que hay un pez y un gato y que una ballena se come a Pinocho. Difícilmente recuerdan más detalles, pues es tan pobre y distorsionada, pero tan ampliamente divulgada, la versión realizada por Walt Disney en 1943, que se ha vuelto la referencia casi única de la obra.

Vale la pena volver a ver la bien conocida producción, esta vez con espíritu crítico, observando algunos de estos puntos:

La intensa historia de un personaje en busca de su naturaleza, se vuelve trivial, estereotipada, edulcorada. Los personajes no tienen ningún compromiso. Menos aún Pinocho, que pasa de aventura en aventura sin crecer como individuo.

Pepe Grillo actúa como una conciencia permanente, cuando en el texto es apenas un personaje que Pinocho mata con un martillo y que reaparece débilmente como una sombra que dice algunas palabras.

Comefuego no es bueno ni malo en la historia de Collodi, sino rudo, buen negociante y quiere comerse a sus muñecos cuando tiene hambre, pero los perdona y le da a Pinocho las monedas de oro para que le lleve a su hambriento padre, en la película es el más malo de los malos, sin matices ni dualidades. Pinocho tiene que huir sin recibir su dinero.

Collodi no metió a Pinocho y a su padre en una ballena: fue en un tiburón, que además sufría de asma.

El hada del cabello azul es un personaje muy importante en el transcurso de la vida de Pinocho. Cambia de niña a mujer y no es ni rubia ni reina de belleza, como nos la muestra Disney las pocas veces que la muestra.

El entorno cultural se pierde totalmente en la película. No queda rastro de Florencia y no hay indicios de la época. El invierno, el frío y el hambre no se sienten por ninguna parte. La música no remite a Italia: es puramente americana. El lugar de los acontecimientos más parece Suiza que Florencia (¿creería Walt Disney que Pinocho era un primo de Heidi?) Además los avisos de las calles son en inglés.

La profesión y el nivel socio-económico de Gepetto son mal interpretados. Lo ponen a vivir en una casita llena de comodidades, cuando las descripciones de las penalidades de Gepetto son dramáticas en el texto.

Fígaro y Cleo, personajes dulzarrones y superfluos inventados por Disney, no agregan nada a la historia, sólo la distraen gratuitamente.

¡¡¡En la película Gepetto usa pistola!!!

A diferencia del libro, Pinocho se amarra solo y se tira al mar, muere y resucita siendo niño. Además a Pepe Grillo se le otorga una medalla de oro por haber cumplido con su deber de ser la voz de la conciencia. Mentiras, puras mentiras. Nada de esto pasa en el libro de Collodi, quien debe retorcerse en su tumba al ver el maltrato que ha sufrido su obra.

El país de los juguetes es maravillosamente descrito por Collodi como una recreación de una fiesta de pueblo, con sus juegos y canciones tradicionales. Es tan importante para el autor salvaguardar los valores, que, cuando escribe errores de ortografía para fortalecer la narración, los enmienda con rapidez:

Este país no se parecía a ningún otro país del mundo. La población estaba compuesta exclusivamente por chicos. Los más viejos tenían 14 años, los más jóvenes tenían apenas 8. En las calles había una alegría, una bulla y un vocerío como para volverse locos. Bandas de pillos por todas partes: unos jugaban a las nueces, otros al tejo, otros a la pelota, otros corrían en bici, otros en caballitos de madera; éstos jugaban a la gallinita ciega, aquellos, al escondite; otros, vestidos de payasos, comían estopa encendida; unos recitaban, otros cantaban, otros daban saldos mortales, otros se divertían caminando con las manos en el suelo y patas arriba; unos jugaban con el aro, otros paseaban vestidos de general con un yelmo de papel y el sable de cartón; unos reían, otros chillaban, otros llamaban, otros aplaudían, otros silbaban, otros imitaban el cacareo de la gallina cuando pone un huevo. En resumen, un tal pandemonio, un tal guiriguay, una tal endiablada algazara, que había que ponerse algodón en los oídos para no quedarse sordos. En todas las plazas se veían teatrillos de lona, atestados de chicos desde la mañana hasta la noche y en todas las paredes de las casas se leían escritas con carbón cosas tan bonitas como éstas: ¡Viva los jugetes! (en lugar de juguetes), no queremos más hescuelas (en lugar de no queremos más escuelas), abajo Larín Mética (en lugar de la aritmética), y otras florituras por el estilo..

El país de los juguetes de Disney, por su lado, refleja la decadencia de la juventud norteamericana: los personajes no sólo son invitados a destrozar un palacio con su contenido de obras de arte (entre ellas una Mona Lisa y un vitral barroco), sino que fuman y beben. El amigo de Pinocho le enseña a fumar tabaco y el muñeco termina totalmente borracho. Esta escena es realmente grotesca.

Etc., etc., etc.

Algunas interpretaciones

Mucho se ha dicho sobre Pinocho: algunas interpretaciones se sostienen más que otras. Una de tantas se refiere a la nariz como un símbolo fálico (recordemos que nadie menciona que Collodi tuviera esposa e hijos pero que vivió con su madre hasta la muerte de ésta, que casi coincidió con su propia muerte.)

Otros piensan que Las aventuras de Pinocho son las aventuras de Italia en busca de la independencia, como un estado infantil que no logra crecer y ser autónomo y que depende de potencias extranjeras.

No falta quien compare la panza del Gran Tiburón con el vientre materno.
El caso es que, bajo cualquier interpretación, Pinocho llena todos los requisitos de una obra literaria: la eterna búsqueda del sentido de la existencia, la soledad frente a las encrucijadas y a los obstáculos de la vida, las dudas entre el bien y el mal, dan grandeza al personaje. Finalmente es el tema de la vida y de la muerte el que cohesiona y conduce todo el hilo narrativo.

Pinocho nace de las manos de un pobre hombre. Lleva una vida de dudas, engaños, caídas, desafíos, logros. Al vencerse a sí mismo, aparece la madre, que a lo largo de la historia ha muerto y ha renacido varias veces, y le ofrece el premio de la vida real. El viaje iniciático, el ritual de paso, el retorno a la seguridad del hogar, una vez más, como en cualquier odisea, se ha logrado.

Más de una exageración

En Pinocho todo es exagerado. Los sentimientos son profundísimos. A buena parte de los personajes se les caracteriza con un GRAN adjetivo: el gran Halcón, el magnífico Caniche, los médicos más famosos del lugar, un millar de pájaros, el gran Mono...

La descripción de personajes, situaciones y lugares remite a la caricatura:

La casa de Gepetto era un cuartucho del bajo, que recibía luz por un hueco de la escalera. Los muebles no podían ser más sencillos: una mala silla, una cama no muy buena y una mesa muy estropeada. En la pared del fondo se veía un hogar con el fuego encendido; pero el fuego estaba pintado, y junto al fuego, también pintado, había una olla que hervía alegremente y exhalaba una nube de humo, que parecía humo de verdad.

Las comidas son reiteradamente descritas, sean por su pobreza, sean por su suculencia. La fiesta ofrecida por el Hada o los pedidos de la Zorra y el Gato en la posada, son buenos ejemplos de estas descripciones exageradas.

El pobre Gato, sintiéndose gravemente indispuesto del estómago, sólo pudo comer treinta y cinco salmonetes con salsa de tomate y cuatro raciones de callos a la parmesana; y como los callos no le parecían bastante condimentados, se desquitó pidiendo tres veces mantequilla y queso rallado.

El hada había mandado preparar doscientas tazas de café con leche y cuatrocientos panecillos untados de mantequilla por dentro y por fuera...

Y ni qué decir de las presentaciones de los personajes: deliciosos detalles ilustran a cada paso los encuentros de Pinocho:

Entonces apareció el titiritero, un hombrón tan feo, que metía miedo sólo con verlo. Tenía una barbaza negra como un borrón de tinta, y tan larga, que le bajaba desde la barbilla al suelo. ¡Baste decir que se la pisaba con los pies al andar! Su boca era ancha como un horno, y sus ojos parecían dos linternas de cristal rojo, con la luz encendida detrás, y con las manos restallaba una gruesa fusta hecha de serpientes y de colas de zorra entrelazadas.

Es divertido dar una mirada de vez en cuando a la temporalidad de la narración. Al contrario de la unidad de tiempo del teatro clásico, en donde toda la acción tiene que transcurrir en el término de 24 horas, en Las aventuras de Pinocho, todo se toma su tiempo. El caracol dura una noche entera bajando las escaleras desde el cuarto piso. Cada aventura dura días, meses y hasta años. El crecimiento de Pinocho es lento y Collodi, por su parte tampoco se apura por darle continuación.

Recorrido a través de las imágenes

En el principio sólo eran las palabras. Collodi escribía bajo presión, entregaba tarde el material y los textos se introducían en la publicación periódica a última hora. Así no había ilustrador que pudiera seguirle la pista al siguiente capítulo. De vez en cuando una viñeta de Ugo Fleres adornaba la historia a partir del segundo año.


Viñeta de Ugo Fleres.
Gionale per i bambini, 1881.

Todo cambió con la aparición del libro en 1883. Los capítulos habían aparecido desde el 7 de julio de 1881 hasta el 25 de enero de 1883. Un mes después, en febrero de ese año, la primera edición fue puesta en el mercado.


Ilustración de Enrico Mazzanti (1883).

Las ilustraciones de su amigo Mazzanti, que había trabajado con Collodi en todos sus otros libros didácticos, adornaban el texto. Fue Mazzanti quien interpretó por primera vez a Pinocho de manera gráfica y a este personaje se le concedió el honor de ser “el auténtico”: fue al único al que Collodi dio su visto bueno en persona. Mazzanti, con ayuda de Magni, ilustró hasta la edición número 18.


Ilustración de Giuseppe Magni (1895).

Las ilustraciones más conocidas, entre los que realmente conocen a Pinocho y no se creen el cuento de Walt Disney, son las de Carlo Chiostri, en 1901.


Ilustración de Carlo Chiostri (1901).

En primera instancia, Chiostri redibujó a Mazzanti, pero con el transcurso de los capítulos, fue imprimiendo su propio carácter a los dibujos. Estos son mucho más evocadores y cuidadosos en los detalles. Tienen, además, la virtud de relatar gráficamente toda una época y una cultura. Florencia y sus costumbres son puestas en evidencia en el trabajo de Chiostri. Algunos de sus personajes, como el Gato y el Zorro, son muy influenciados por Grandville, artista francés, considerado como un presurrealista.

La primera edición de lujo, a todo color, le correspondió a Attilio Mussino. Mussino reinventó a Pinocho y lo llevó a vivir en otro siglo y en otra región de Italia. Los Pinocho de Collodi, de Mazzanti y de Chiostro eran de la Toscana. A partir de 1911, Pinocho perdió su clásico sombrerito triangular, adquirió una toca blanca típica de Turín y los personajes se vistieron como los pequeñoburgueses del Piamonte, más cerca de Francia que la Toscana.


Ilustración de Attilio Mussino (1911).

Uno tras otro, los ilustradores italianos han recreado y adaptado a Pinocho a su antojo. Durante el transcurso del siglo XX, con mejores o peores ilustraciones, Pinocho mantuvo su carácter de niño italiano. Pero al caer, en 1943, en manos de Walt Disney, su destino se retorció irremediablemente. A partir de la película, las ediciones rápidas, para consumidores desinformados, sin pretenciones culturales, se multiplicaron hasta reducir a Pinocho a una pobre caricatura sin pena ni gloria.

Pero como hasta en las más horribles aventuras siempre es posible esperar un final feliz, Roberto Innocenti, artista autodidacta florentino, llegó al rescate en 1988, renovando y enriqueciendo el espíritu original de la creación de Collodi. Su interpretación devolvió el ambiente, el entorno, la cultura de la época, en ilustraciones con enorme calidad estética.


Ilustración de Roberto Innocenti (1988).

Esperemos que la historia siga mejorando. Pronto será estrenada la película dirigida y actuada por importante director italiano Benigni. Tal vez, sólo tal vez, Pinocho vuelva a ser visto como el personaje al que Collodi dio vida. Disney, desde su muerte en vida criogenética debería despertar y rehacer el daño hecho. Niños y adultos de todos los rincones del mundo se lo agradeceríamos.

El personaje mayor: la muerte

Las aventuras de Pinocho puede leerse como una serie de muertes y renacimientos continuos. Cada vez que la muerte es convocada, casi inmediatamente Pinocho crece un poco. Uno de los pasajes más intenso, y más bellos de paso, es el capítulo XV, en donde Pinocho y el Hada se encuentran por primera vez, paradójicamente enfrentando la muerte de los dos. Podría decirse que éste, que en principio fue el final de Pinocho, es el verdadero inicio de sus aventuras.


Capítulo XV
Los asesinos persiguen a Pinocho y, después de haberlo alcanzado, lo ahorcan en una rama de encina grande

Entonces el muñeco, perdido el ánimo, estuvo a punto de tirarse al suelo y darse por vencido, cuando, mirando a su alrededor, vio blanquear a lo lejos, entre el verdinegro de los árboles, una casita cándida como la nieve.

"!¡Si tuviera aliento para llegar hasta esa casa, quizás me salvaría!", dijo para sus adentros.

Y sin dudarlo un minuto, volvió a echar a correr por el bosque a carrera tendida. Y los asesinos siempre detrás.

Después de una carrera desesperada de casi dos horas, por fin, jadeante, llegó a la puerta de aquella casita y llamó.

Nadie respondió.

Volvió a llamar con más violencia, pues oía acercarse el ruido de los pasos y el respirar profundo y cansado de sus perseguidores. El mismo silencio.

Dándose cuenta de que llamar no conducía a nada, empezó por desesperación a dar patadas y cabezazos a la puerta. Entonces se asomó a la ventana una hermosa Niña de cabellos color añil y de cara blanca como una figura de cera, los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho, quien, sin mover los labios, dijo con una vocecita que parecía venir del otro mundo:

–En esta casa no hay nadie. Todos han muerto.

–¡Ábreme tú al menos! –gritó Pinocho llorando y suplicando.

–También yo estoy muerta.

–¿Muerta? Y entonces, ¿qué haces ahí en la ventana?

–Espero que venga el féretro a llevarme.

Y apenas dijo esto, la Niña desapareció y la ventana se cerró sin hacer ruido.

–¡Oh, hermosa Niña de cabellos color añil –gritaba Pinocho–, ábreme, por misericordia! ¡Ten compasión de un pobre chico perseguido por los asesi...

Pero no pudo terminar la palabra, pues sintió que le agarraban por el pescuezo y aquellas dos típicas vozarronas que le gruñeron en son de amenaza:

–¡Ahora ya no te escapas!

El muñeco, viendo relampaguear la muerte ante sus ojos, fue acometido de un temblor tan grande, que, al temblar, metían ruido las junturas de sus piernas de madera y los cuatro cequíes de oro escondidos debajo de la lengua.

–Entonces –le preguntaron los asesinos–, ¿quieres abrir la boca, sí o no? ¡Ah! ¿No respondes?... ¡Espera, que esta vez te la vamos a abrir nosotros!...

Y sacando dos viejos cuchillos muy largos y afilados como navajas de afeita, ¡zas! Y ¡zas!..., le sacudieron dos cuchilladas entre los riñones.

Pero el muñeco, para su suerte, estaba hecho de una madera muy dura, y por tal motivo las hojas, quebrándose, saltaron en mil pedazos y los asesinos se quedaron con el mango de los cuchillos en la mano, mirándose asombrados.

–Ya entiendo –dijo entonces uno de ellos–, ¡hay que ahorcarlo! ¡Ahorquémoslo!

–¡Ahorquémoslo! –repitió el otro.

Dicho y hecho. Le ataron las manos a la espalda y, pasándole un nudo corredizo alrededor de la garganta, lo colgaron de la rama de un gran árbol, llamado la Encina grande.

Después se quedaron allí, sentados en la hierba, esperando que el muñeco estirara la pata; pero el muñeco, después de tres horas, permanecía con los ojos abiertos, la boca cerrada y pataleaba más que nunca.

Cansados, por fin de esperar, se volvieron hacia Pinocho y le dijeron riéndose burlonamente:

–Adios, hasta mañana. Esperamos que, mañana, cuando volvamos, tangas la amabilidad de estar bien muerto y con la boca abierta de para en par.

Y se fueron.

Mientras tanto, se había levantado un viento fuerte de tramontana, que, soplando y bramando con furor, azotaba de aquí para allá al pobre ahorcado haciéndole balancearse violentamente como el badajo de una campana que tocase a fiesta. Este balanceo le causaba agudísimos dolores, y el nudo corredizo, apretándole cada vez más la garganta, le quitaba la respiración.

Poco a poco se le empañaron los ojos; y aunque sintiera acercarse la muerte, seguía esperando que de un momento a otro pasara un alma caritativa y lo ayudara. Pero, cuando, espera que te espera, vio que no aparecía nadie, absolutamente nadie, entonces le volvió a la mente su pobre padre... y balbuceó casi moribundo:

–¡Padre mío! ¡Si estuvieras aquí!...

Y no tuvo aliento para decir más. Cerró los ojos, abrió la boca, estiró las piernas y, dando una gran sacudida, se quedó allí como aterido.

¿Quiso Collodi realmente exterminar a Pinocho? ¿No tuvo ningún asomo de compasión a la hora de escribir el capítulo? Este final, que, por la última exclamación del personaje nos recuerda la agonía de Jesús en la cruz, no deja claro si Pinocho muere o no. Recordemos que este no es el texto original, que el libro fue una adaptación de los capítulos periódicos que se hilaban un poco a la deriva y al capricho del autor. Es posible que la puerta a la salvación estuviera cerrada en la primera versión y que a la hora de convertir los fragmentos en libro, Collodi dejara un margen de duda. Si algún estudioso desea verificar este detalle, puede ir a la fuente original, al Giornali per i bambini. Si alguien se decide, por favor no deje de contarnos el resultado de sus investigaciones.

La obsesión de Collodi por el tema de la muerte no termina en este capítulo, apenas comienza y es recurrente a lo largo del resto de la obra. Ejemplos, igualmente dramáticos al del capítulo XV, pueden encontrarse en los siguientes fragmentos:

Los conejos negros que aparecen cargando un ataúd para enterrar a Pinocho que morirá por no querer tomarse la medicina: Capítulo XVII.

La llegada a la tumba del Hada, con su lápida de mármol que dice “Aquí yace la Niña de cabellos color de añil, muerta de dolor al haber sido abandonada por su hermanito Pinocho”: Capítulo XXIII.

El ataque a Eugenio por parte de sus compañeros de escuela con el Tratado de Aritmética. Eugenio muere, los niños escapan y Pinocho es injustamente acusado por el asesinato: Capítulo XXVII.

Pinocho, convertido en borrico es tirado al mar para “morir ahogado, y así después desollarlo y quitarle el pellejo”: Capítulo XXXIII.

La valiente decisión de Pinocho de compartir el destino y morir al lado de su padre Gepetto. Esta decisión es la que finalmente lo salva de su destino de muñeco y lo convierte en niño de verdad: Capítulo XXXV.

La muerte de Torcida, el gran amigo de Pinocho, convertido en borrico: Capítulo XXXVI.

Tantas muertes no son más que pasos obligados a la última muerte de un muñeco que desea desaparecer para renacer convertido en niño de carne y hueso. Las gratuitas aventurillas de los primeros catorce capítulos dejan paso a los intensos últimos capítulos, que son un ritual de paso para lograr la madurez requerida de un gran personaje.


Bibliografía:
Las aventuras de Pinocho, Anaya, Colección Laurín, Madrid, 1983.
Las aventuras de Pinocho, ilustrado por Roberto Innocenti, Altea, Madrid, 1988.
Pinnochio images d´une marionnette, Gallimard, Francia, 1982.
Otro mundo, Grandville, Hesperus, Barcelona, 1988.
El gran libro de hacer de todo, Edaf, Madrid, 1993.
Historia del mundo, Salvat, Tomo 11, Barcelona, 1978.
La invención de la soledad, Paul Auster, Anagrama, Barcelona, 1999.

Todos los textos en comillas son tomados de Las aventuras de Pinocho, Anaya, Colección Laurín, Madrid, 1983.


Irene Vasco, escritora y traductora colombiana, ha publicado libros como Conjuros y sortilegios, Paso a paso, Como todos los días, Sin pies ni cabeza y Un mundo del tamaño de Fernando Botero. En los años más recientes ha trabajado en proyectos encaminados a fomentar la lectura y las bibliotecas en comunidades de escasos recursos económicos de su país. Fue cofundadora, con Yolanda Reyes, de Espantapájaros Taller, institución donde fue la leída la conferencia que publicamos, como parte de un seminario dedicado a los libros infantiles y juveniles.



http://www.cuatrogatos.org/articulolasaventurasdepinocho.html

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domingo, 9 de enero de 2011

La huella de los libros


http://www.elpais.com/articulo/portada/huella/libros/elpepuculbab/20110108elpbabpor_3/Tes
LEILA GUERRIERO 08/01/2011

Hay escritores que atesoran y acumulan libros, mientras otros les dejan de prestar atención una vez leídos. La formación de las bibliotecas particulares crea manías. Una serie de autores responde a la pregunta sobre el apego que se puede tener por ellos

Dos estantes de madera barata, amurados a la pared a los pies de la cama de la habitación de un niño que, cuando sea grande, será escritor. En los estantes, algunos cómics, libros de Mark Twain, de Bradbury, poesía.

Cinco estantes de madera barata, amurados a la pared a los pies de la cama de la habitación de un adolescente que, cuando sea grande, será escritor. A los cómics, a los libros de Mark Twain y de Bradbury, se han sumado Julio Cortázar, J. D. Salinger, Henry Miller, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez.

Seis estantes de madera barata, amurados a la pared a los pies de la cama de la habitación de un piso de soltero de un varón joven que empieza a ser escritor. En los estantes hay dos hileras de libros más varias pilas sobre la mesa de noche más cinco pilas a los pies de la cama. Los cómics, Mark Twain y Ray Bradbury se mezclan ahora con Paul Auster, Dostoievski, Henry James, Scott Fitzgerald, Flaubert, Nabokov, Barthes, Faulkner.

Diez estantes de madera de roble a los pies de la cama de una habitación matrimonial de un hombre que es escritor; varios estantes de madera de color blanco en el pasillo que comunica la habitación con el baño; unos pocos estantes de madera de nogal en una hornacina originalmente construida para ser un exhibidor de vajilla; una estructura de madera indescifrable que cubre dos de las paredes del estudio y, finalmente, la bestia demencial, la nave madre: la biblioteca de piso a techo que recorre las paredes de la sala. Y en todas partes -en la habitación, en el pasillo, en la hornacina, en el estudio, en la sala- la orgía de lomos: ensayo, literatura norteamericana, francesa, española, latinoamericana, libros propios, clásicos, poesía, diez ediciones distintas -tapas duras, bolsillo, diversos idiomas- de Suave es la noche, de El mundo según Garp, de Madame Bovary. Y, en todas partes, la bestia múltiple se relame y se declara en triunfo porque, además, el escritor es joven y eso quiere decir que éste es sólo el comienzo. Y es un gran comienzo.

- - - - -

-Tengo una relación alimentaria con mis libros -dice el escritor chileno Rafael Gumucio, autor de La deuda (Mondadori)-. Quiero devorarlos, consumirlos y luego, como un pollo rostizado que se enfría en la mesa, los abandono, los olvido, los dejo ir.

-Conservar los libros es conservar las huellas de mis lecturas -dice el escritor argentino Martín Kohan, autor de Cuentas pendientes (Anagrama)-. No son objetos fetiche, no los atesoro ni los venero; los retengo para poder volver sobre mi trabajo.

-Atesoro libros pero, paradójicamente, no estoy apegado a ellos -dice el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, autor de El olvido que seremos (Seix Barral)-. No los maltrato, pero no me importa demasiado perder algunos. Tengo con ellos una relación íntima y distante al mismo tiempo: no son parientes (no soy aprensivo con ellos), son amigos.

-Somos muy felices juntos. Y seguimos creciendo. En la salud y en la enfermedad y hasta que la muerte nos separe -dice Rodrigo Fresán, escritor argentino autor de El fondo del cielo (Mondadori).

-Me he mudado muchas veces -dice el escritor peruano Santiago Roncagliolo, autor de Tan cerca de la vida (Alfaguara)- y en cada una de ellas he regalado mis libros. Siempre he creído que mi vida debería pesar menos de 32 kilos, que es el equipaje que me traje del Perú a España. Todo lo demás es innecesario y te mantiene atado al pasado.

-Tengo con ellos una relación de necesidad (no puedo estar lejos de los libros), de culto (creo en la superioridad del libro), de complicidad (confío en los libros más que en la mayoría de las personas, las artes, las tecnologías) -dice el escritor argentino Alan Pauls, autor de Historia del pelo (Anagrama)-. No veo en mi biblioteca ningún alarde, ninguna suntuosidad, ni siquiera el brillo de un capital acumulado. Mi biblioteca es mi comunidad: ahí están mis interlocutores más amigos y más radicales; ahí están los que me sostienen, me discuten, me forman, me seducen, me inspiran, me mejoran.

La biblioteca no como una colección de libros -jamás como una colección de libros- sino como una huella. Como una forma de tener o no tener, de aferrarse o dejar ir. Una autobiografía. Un mapa del pasado y un intento de dibujar, sobre las aguas indescifrables de lo que vendrá, un gesto seguro porque, como se sabe, salvo error o inundación o incendio o naufragio, los libros siempre -siempre- estarán allí. A veces por suerte. A veces no tanto.

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La biblioteca como acumulación, como manía. La biblioteca como la primera de todas las pertenencias (se compran libros propios mucho antes de poder comprar la propia ropa), la biblioteca como cultivo, como cosecha, como carga. La biblioteca como pesadilla.

-Dije "mi biblioteca" la primera vez que tuve que mudarla -dice Alan Pauls-. El sentimiento: una mezcla de orgullo y de terror. Pensé: ¿cuántas veces en mi vida tendré que pasar por esto? Cada vez que tengo que mudar la biblioteca se me ocurre que es quizás lo único que podría hacerme dejar la literatura y cambiar de vida.

-Mudarse con los libros es una experiencia traumática -dice la escritora argentina Mariana Enríquez, autora de Los peligros de fumar en la cama (Emecé)-. Las empresas de mudanza obligan a poner los libros en canastos de mimbre gigantes. Yo suelo llenarlos hasta el tope y luego me piden que saque la mitad: en mi mente, los libros no pesan.

En un texto publicado en la revista española Eñe, que dedica una sección a que los escritores hablen de sus bibliotecas, Rodrigo Fresán relata el horror de mudar la suya. "Llego a mi casa y el pequeño ejército de mi mujer baja cajas del camión y las sube por una escalera y es como si yo contemplara el lento pero constante relleno de una pirámide: los tesoros de un faraón doméstico acumulados a lo largo de una vida", escribe Fresán. "El peso del pasado de un escritor es, también, el peso de la biblioteca".

La biblioteca como el rastro de una excentricidad, de una obsesión, de unos amores, de unos desamparos. La biblioteca como resguardo contra el olvido.

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Bibliotecas que se disolvieron en inundaciones o se deshicieron roídas por las ratas o fueron descuartizadas en divorcios escabrosos. Y personas. Personas que tienen pesadillas recurrentes con la última escena de la película El nombre de la rosa, en la que Sean Connery, en el rol de Guillermo de Baskerville, ve cómo la biblioteca de una abadía benedictina se incendia a su alrededor mientras él intenta salvar -infructuosamente- tres, cuatro incunables. Personas que, como Eduardo Mendoza, ante la pregunta de qué libro se llevaría a una isla desierta, responden: "Prefiero ahogarme en el naufragio".

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Héctor Abad Faciolince. Escritor. Colombiano. Su biblioteca -unos siete mil volúmenes- cruzó el Atlántico cuatro veces en dos mudanzas. No lo une a ella una relación de orgullo porque "es como tener una casa. Es algo tan necesario como tener techo, y uno no se enorgullece de los bienes de primera necesidad". Tiene una primera edición de Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca, aunque no sabe cómo llegó a sus manos porque no recuerda haberla robado. Abandona y presta libros. No le importa que se manchen con comida o se estropeen. No tiene prurito en partirles el lomo cuando no se abren con facilidad. Si un incendio o un terremoto lo obligaran a huir de su casa no pensaría en qué libros llevarse sino en sus hijos y en su vida: "Los libros son secundarios. Si se pierden estos, otros sobrevivirán. Que se jodan los libros".

- - - - -

-¿Cuál es la peor pesadilla relacionada con su biblioteca, que lo aplaste, que se incendie?

-Todas esas y alguna otra -dice Rodrigo Fresán.

-Que no entre -dice Alan Pauls.

-Mi peor pesadilla es que me mencionen este horrible tema -dice el escritor colombiano Daniel Samper Pizano, autor de La mica del Titanic (Aguilar).

-Que se me caiga encima -dice Martín Kohan.

"He llegado a tener un baño con paredes tapizadas de estanterías, lo que imposibilitaba el uso de la ducha y obligaba a bañarse con la ventana abierta para evitar la condensación -escribe Jacques Bonnet en Bibliotecas llenas de fantasmas (Anagrama)-. (...) Sólo la pared de mi dormitorio en la que se encuentra la cabecera de la cama ha quedado libre debido a un viejo trauma: me enteré, hace muchos años, de las circunstancias en las que murió el compositor Charles-Valentin Alkan, apodado el "Berlioz del piano": lo encontraron muerto el 30 de marzo de 1888, aplastado por su biblioteca".

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Alan Pauls. Escritor. Argentino. Subraya los libros y llena de notas las últimas páginas, pero nunca dobla las esquinas. Se desprende de varios volúmenes cada vez que se muda. Encontró un libro alemán para chicos, Der Struwwelpeter, de Heinrich Hoffmann, en circunstancias extrañas: "Tiene en la tapa a una especie de niño enano con una melena afro rubia y uñas larguísimas, vestido con calzas verdes y zapatos ballerina. Me lo leía mi abuela alemana cuando era chico. Lo gocé como un loco, lo aborrecí, lo perdí de vista. Cuarenta y cinco años después, a poco de morir mi padre (que había nacido en Berlín), lo encontré en un estante de su biblioteca cuando entré a su departamento para poner en orden sus cosas. La melena afro no podía ser más contemporánea: yo acababa de publicar una novela llamada Historia del pelo".

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¿Qué es lo que mueve a alguien a acumular objetos pesados, analógicos, anacrónicos, que según una clasificación torpe podrían dividirse en libros que nunca se han leído y que nunca van a leerse pero que se conservan "por las dudas"; libros que ya se han leído y que probablemente nunca vuelvan a leerse pero que se conservan de todos modos; y libros que aún no se han leído y que pasarán, en breve, a formar parte de alguna de las dos categorías anteriores? En su texto Desembalo mi biblioteca. Un discurso sobre el arte de coleccionar, Walter Benjamin dice: "Cuántas cosas surgen de la memoria una vez que uno se zambulló en la montaña de cajones para empezar a sacar los libros como de una mina a cielo abierto o, mejor dicho, de la noche cerrada. La forma más contundente de demostrar la fascinación de esta tarea de desembalar es la dificultad de abandonarla. Había comenzado a mediodía y llegó la medianoche antes de que hubiera llegado a las últimas cajas". En ese mismo texto Benjamin recuerda que, cuando le preguntaron a Anatole France si había leído todos los libros que poseía, respondió: "Ni la décima parte. ¿O usted tal vez come todos los días en su vajilla de Sèvres?".

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Rodrigo Fresán. Escritor. Argentino. No heredó libros. Todos los que tiene son adquiridos -o robados- por él. Evita prestarlos y puede montar un escándalo si se manchan con comida. Jamás subraya, jamás dobla esquinas, jamás quiebra lomos. Tiene un hijo de cuatro años a quien sólo permite tomar alguno "bajo estricta vigilancia". Ha transportado de una ciudad a otra más de mil kilos de papel. Tiene un ejemplar de The stories of John Cheever, firmado por Cheever, que compró a 25 centavos de dólar, y un ejemplar de la primera edición de Matadero Cinco en cuya primera página se lee "To R. from K.". Solía comprar diversas ediciones de una misma obra y llegó a acumular quince de El mundo según Garp, de John Irving.

-Si le prestan un libro, lo lee, le gusta y sabe que es inconseguible, ¿qué hace?

-Lo miro fijo, lo sigo mirando fijo, lo miro fijo un poco más. Y así hasta que suceda un milagro.

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Andrés Trapiello, español, autor de Los confines (Destino), tiene su biblioteca en dos casas, una en Madrid, otra en el campo extremeño.

-Que esté dividida tiene una desventaja: no encuentras nunca el libro que necesitas, pero también una gran ventaja: nunca pierdes la esperanza de encontrarlo en la otra.

Pero hay casos extremos en los que la biblioteca no está en dos ciudades, ni en dos casas, sino en dos países y, a veces, en dos continentes. El escritor boliviano Edmundo Paz Soldán, autor de Los vivos y los muertos (Alfaguara), enseña en la Universidad de Cornell y vive en Ithaca, Estados Unidos.

-Tengo varias. Una en la casa en la que vivo, en Ithaca. Otra en mi oficina de la universidad. Otra en la casa de mi papá en Cochabamba, Bolivia. Y he dejado bibliotecas enteras. Cuando me fui de Buenos Aires a estudiar a Alabama dejé mi biblioteca y nunca la fui a buscar. En Alabama comencé otra pero, tres años después, al irme, también la dejé. No tengo una relación de posesión con mis libros. Están hechos para circular.

Daniel Samper Pizano tiene dos bibliotecas, una en Colombia y otra en España.

-Quienes hemos tenido que salir del país donde atesoramos la primera biblioteca, nos paseamos por el mundo con los recuerdos, los pesares y los conocimientos descuartizados. Yo mantengo en Colombia casi todos los libros que obtuve y leí o quise leer hasta 1986, y de 1986 a hoy he formado otra biblioteca en España. En ambas hay un número de títulos comunes sin los cuales me sentiría profundamente inseguro.

"El hogar -decía el escritor, militar, científico y explorador británico Richard Burton- está donde se tienen los libros".

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Rafael Gumucio. Escritor. Chileno. Formó una biblioteca siendo adolescente pero empezó a viajar y la regaló para poder seguir viajando. Le gusta, después de leer un libro, "botarlo como un chocolate al que se le quita el envase". Robó una novela de Cortázar a unas monjas que lo salvaron de unos trabajos voluntarios de ultraizquierda. No subraya porque no lo necesita: es disléxico y lee tan lento que las frases se le quedan pegadas. Dobla las esquinas de las hojas y anota números de teléfonos y direcciones en la última página.

- - - - -

En Pensar, clasificar, George Perec enumeraba así las posibles formas de ordenar una biblioteca: alfabética, por continentes o países, por colores, por encuadernación, por fecha de adquisición, por fecha de publicación, por formato, por géneros, por grandes periodos literarios, por idiomas, por prioridad de lecturas, por serie. Hace años el escritor argentino Guillermo Piro -que alquilaba un departamento sólo para guardar sus libros y que, si tenía que fotocopiarlos, lo hacía sólo con su "fotocopiador de confianza"- decía que, en una época, solía clasificar por amistades y enemistades de los autores: Celine cerca de Proust porque Celine odiaba a Proust y esa era una forma póstuma de propiciar un encuentro.

-La única parte organizada de mi biblioteca es la "egoteca" -dice Santiago Roncagliolo-. Contiene mis libros, antologías de cuento con mis cuentos, traducciones de mis libros, copias pirata.

-Casi no los clasifico -dice Rafael Gumucio-, y cuando lo hago, lo hago por el peor criterio de todos, el color y la forma de sus lomos para que se vea más o menos estético.

-Agrupo así -dice Martín Kohan-: teoría y filosofía, crítica literaria, literatura argentina, literatura latinoamericana, otras literaturas, política, San Martín, otros. Los de teoría se agrupan por afinidad temática o por corrientes; los de literatura argentina, alfabéticamente; los de literatura latinoamericana, por países.

-Como todo bibliómano -dice Daniel Samper Pizano- tengo capítulos curiosos y mimados en la mía. La Gaboteca, por ejemplo, donde están todas las primeras ediciones de Gabriel García Márquez dedicadas por el propio autor y casi todas las traducciones de Cien años de soledad. O la Titanicoteca, compuesta por libros y artículos que atesoro sobre el famoso naufragio desde que tenía doce años. O la Quevedoteca, una colección de libros sobre la obra de don Francisco y el Siglo de Oro, que incluye tres libros publicados a principios del siglo XVIII.

-Mi orden es así -dice Mariana Enríquez-: argentinos, latinoamericanos, novelas gráficas, arte e ilustración, libros de viajes, libros de psicogeografía, gótico sureño, japoneses, biografías, ensayo y crónica y no ficción en general, ingleses, norteamericanos, franceses, italianos, alemanes, resto de Europa, resto del mundo, África, libros de terror, libros de rock, poesía, libros que me falta leer.

-Los clasifico en dos grandes categorías -dice Alan Pauls-: ficción y no ficción. Dentro de ficción: literatura angloamericana, literatura europea, literatura argentina y latinoamericana. Dentro de cada categoría rige el orden alfabético. Están prohibidas las clasificaciones especiales y las excepciones.

Los clasifico así, dicen, y enumeran, como si esas clasificaciones fueran un dispositivo obvio, una fuerza de la naturaleza: algo que sólo puede hacerse así y jamás -jamás- de otra manera.

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Daniel Samper Pizano. Escritor. Colombiano. Dueño de unos 10.000 libros. Tan avaro en el préstamo como honrado en la devolución. Tiene una edición primera de Cien años de soledad con una dedicatoria de García Márquez que dice: "Dámelo, que yo lo escribí". Los subraya, los escribe, pero no les parte el lomo ("he partido el lomo de gente que se ha atrevido a partir el lomo de un libro").

-Si hubiera invertido en finca raíz lo que he gastado en libros tendría un ático en Manhattan... pero inútil, sin libros.

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-¿Se desprende de libros cada tanto o los conserva todos?

-No -dice Martín Kohan-, pero perdí la pasión de su posesión, el gusto del atesoramiento.

-He regalado una hija mía a un mercader árabe y vendido dos nietos a familias estériles europeas, pero sólo un cirujano hábil o un escuadrón del Mosad podrían lograr que me desprendiera de un libro, aunque sepa que nunca lo leeré. Siempre flota la duda: "¿Y si llego a necesitarlo?" -dice Daniel Samper Pizano.

-De tanto en tanto se impone una purga estalinista -dice Rodrigo Fresán-. "Fuera todo libro que ya nunca volveré a abrir en mi vida y que no tenga valor sentimental". Pero debo agregar que soy alguien mucho más sensible que Stalin y perdono muchas, demasiadas vidas.

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Un día miércoles el escritor español Andrés Trapiello responde a la pregunta "¿ha perdido algún libro que aún recuerde con dolor? ¿En qué circunstancias?" con esta respuesta:

-Sí, un libro de Fellini que éste había dedicado a mi mujer. Era una edición corriente de bolsillo, pero en ella estaba el trazo de aquel hombre maravilloso.

Cinco días más tarde llega un mensaje suyo que dice: "Te lo creas o no, después de diez años buscándolo en ambas casas, el libro de Fellini dedicado a mi mujer acaba de aparecer, se diría que convocado. Yo tengo otra teoría, a veces los libros se van de casa, y vuelven un día impensado, como los hijos pródigos. Y la alegría es mayor no por el hallazgo, sino por la vuelta a la normalidad".

La vuelta a la normalidad. Que es, como todos saben, más y mejores libros.